Cada vez que dejas sobre el suelo,
cansada, tal vez confiada
el yelmo y la armadura
regresas, maltrecha,
entre las paredes de hierro
y construyes otro estrato
donde hundirte
donde dormir.
Lloras, golpeas la pared,
te arrancas los cabellos,
y luego te miras al espejo
y te ries a carcajadas
y corres, corres como una demente
al dulce regazo de las palabras
al balsamo de la literatura.
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