Cerrar los ojos, vaciar las manos,
dejar que la cabeza se ablande
sobre el regazo de la hierba.
Sentir el viento como un dedo
conmovido sobre la piel templada.
Mirar el cielo, observar los cuervos
ajenos a la soledad de los fiordos.
Contemplar su luminoso plumaje,
tan alejado de las voces y los gestos
y subir el alma a sus duras alas,.
Dejarse ir como una mariposa
ignorante del valor del tiempo.
Y olvidar, olvidar...
esta dura carga de ser humana.
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