No sueñes demasiado, muchacha,
guárdate de las ilusiones y las fantasías
y de los versos de los poetas.
Solo quieren llevarte a la noche,
mostrarte una luna que sabe de habitaciones
en pensiones donde gimen las camas
y silban los grifos de los lavabos
a la hora de las princesas.
No permitas que te encandile
el brillo perverso de los relojes
que guillotinan tu alma a las doce en punto;
ni dejes que los rojos neones
se asomen a las ventanas
para dibujar cuerpos dorados sobre sábanas sucias
No muchacha,
escucha la voz de quienes siempre han dormido tranquilos.
Y crece en paz.
Mata a la fiera que reclama tu carne,
ilumina las tinieblas con lámparas cegadoras,
que no te encuentren sus calles ni sus monstruos
ni la piel brillante de sus reptiles.
Cásate, muchacha,
ten un par de niños
y críalos en un par de habitaciones decoradas
con fotos de Bob Esponja
Bautízalos, llévalos a Dysneyworld y a Mc Donnall.
Y luego para dormir tranquila,
acude a sus bodas vestida de honorable señora.
Observa como crecen los nietos
y como tus hijos duermen tranquilos.
Mientras, en tu pelo enhuera el invierno
sus crisálidas de nieve
y en tu alma se pudren
las últimas manzanas del paraíso.
Y muere en paz;
luego barrerán los empleados de la funeraria,
confundida entre los pétalos de los crisantemos muertos,
la piel seca de una serpiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario