Aquel invierno no tuvimos nieve,
las montañas permanecieron negras
y los cielos pardos.
Llovió casi todos los días.
Las nubes venían en feroces falanges,
y soplaban furiosos los vientos del Oeste.
Los árboles resistían, solo
porque soñaban con la primavera.
Regresó el fascismo aquel invierno,
con sus rudas manos de hielo
y sus fríos ojos de estaño.
Y le construimos un castillo
con puentes levadizos,
sobre los profundos fosos y
las desconchadas mazmorras.
Quizá porque, como los árboles,
creíamos aun en la existencia de abril.
Aquel invierno unos millonarios
organizaron el primer viaje a Marte
en una nave con todos los lujos.
Se celebró la Navidad
como si no pasara nada.
Las ciudades se llenaron de luces
y en el hall del Kempinski Hotel Bahía
se decoró un árbol con diamantes,
mientras como locos bailábamos
sobre la acerada hoja de una navaja.
Aquel invierno estabamos vivos todos,
y yo escribía versos al filo de la noche.
Mirando la niebla.
Mirando las ruinas.
Creyendo todavía
en la fuerza de las estaciones.
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