miércoles, 26 de mayo de 2021

El continente errante



El cielo está pardo,

solo vigilan las gaviotasLas casas blancas sin sombras,
el aire metálico, la lejanía sin figuras.

Solo la mujer descalza es consciente del latido
de las caracolas bajo la arena,

y del temblor de la niebla.


La mujer que se estremece
ante el mar.


Mira con sigilo, ella,
la mujer más triste del planeta,
con su plan y con su sueño.


Otea la costa y las piedras,
y saca su botella de vidrio.


¿Qué botellas llegan antes a su destino?
¿Influirá el color, la forma,
el contenido de silice,
el exceso de calizas?
¿ Debe ser la botella de cuello largo
de vientre sinuoso sinuoso,
de formas ergonómicas?

O quizá las mueve el mensaje,
el peso del papel, la consistencia de la tinta.


Tal vez el sueño o la desesperación
que ha de contener...


Una botella de vidrio, transparente
para que nadie dude del mensaje,
para que el corazón se descontrole
en la otra orilla que espera.
Así lo soñaba la mujer cuando escribía
en papel de seda, suave y limpio
con linda caligrafía,
un grito de socorro,
tan parecido a los que siempre han escrito las mujeres
pidiendo amor,
pidiendo besos,
pidiendo islas desiertas.

El papel perfumado en el que esta mujer concreta,
ha cosechado como meticulosa agricultora
el tesoro de sus novelas
Ah esos sueños, si al menos fueran suyos,
pero suyo propio no tiene nada,
ni siquiera los tristes versos
que ahora duerme en la botella.
Ni la esperanza le pretenece.

La esperanza de que alguien,
que sepa leer y descifrar su alma,
alguien que sepa de versos,
se guarde la botella bajo el abrigo
y corra como un loco
y abra la puerta
y entre en la casa
y rompa el cristal contra el muro
como quien bautiza un buque,
y lea, con el mismo latido desbocado
con que la otra la lanzó
y sonría,
solo porque ha llegado el mensaje
porque no se quedó en ese
continente errante,
de objetos de plástico,
ese horrible monstruo a la deriva
que recorre los océanos

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