Atrás se hunde la ciudad como una cripta dorada
en las entrañas del Mediterráneo.
La autopista dibuja tentáculos fosforescentes
en el mundo de las tinieblas
Tú y yo en silencio
únicos viajeros en el submarino de la noche
El dictador respira todavía en su palacio
custodiando su apreciado reino de la muerte.
Cuando amanezca, mi amor,
cuando pisemos el freno y el alba nos muestre de nuevo
los desangelados pasos de todos los fantasmas
que abren puertas y persianas en los negocios,
fichan en las oficinas o se adentran en los esqueletos
de los edificios del futuro;
entonces volveremos a soñar con el viejo coche
que avanza sin destino ni rumbo
sobre las venas amarillas de una ciudad de espectros,
mientras la radio nos acaricia los labios
nos humedece- todavía- con la sal de la nostalgia
las áridas pupilas que adiestramos para no llorar.