lunes, 24 de agosto de 2020

No hay un ser humano...





No hay un ser humano
que no se avergüence 
de una de sus míseras huellas. 

No. No existen cuerpos ajenos 
a la implacable memoria. 
Nigun ser que no sueñe 
con retroceder un segundo, 
a un tiempo viejo 
limpio de cicatrices: 

A las lentas noches de nadie 
donde crepitan las estrellas 
y parece tan fácil cerrar los ojos 
y enterrar en las sombras 
la mano de hielo que posamos 
sobre todo el dolor del universo; 
a la ambarina miel de las tardes 
de las niñas con las piernas frías 
expuestas al primer beso de mayo; 
al dorado de los horizontes perdidos. 


Yo también quisiera llegar a esa ciudad 
a la que ya no viajan 
ni barcos, ni trenes, ni aviones 
ni siquiera el sinuoso crespón 
de una herbosa vereda 
o un olvidado camino 

LLegar...lentamente llegar, 
con mis mejores versos 
hallados entre el polvo de un armario 
en el bolsillo de un abrigo adolescente. 


Versos abandonados entre la maleza, 
tiernos y húmedos, 
con olor a hongos y a lejanas hojas 
Versos que se hunden 
en una madriguera 
donde una criaturilla 
asustada, menuda 
reza a todos los astros 
para que nunca amanezca 

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