No hay un ser humano
que no se avergüence
de una de sus míseras huellas.
No. No existen cuerpos ajenos
a la implacable memoria.
Nigun ser que no sueñe
con retroceder un segundo,
a un tiempo viejo
limpio de cicatrices:
A las lentas noches de nadie
donde crepitan las estrellas
y parece tan fácil cerrar los ojos
y enterrar en las sombras
la mano de hielo que posamos
sobre todo el dolor del universo;
a la ambarina miel de las tardes
de las niñas con las piernas frías
expuestas al primer beso de mayo;
al dorado de los horizontes perdidos.
Yo también quisiera llegar a esa ciudad
a la que ya no viajan
ni barcos, ni trenes, ni aviones
ni siquiera el sinuoso crespón
de una herbosa vereda
o un olvidado camino
LLegar...lentamente llegar,
con mis mejores versos
hallados entre el polvo de un armario
en el bolsillo de un abrigo adolescente.
Versos abandonados entre la maleza,
tiernos y húmedos,
con olor a hongos y a lejanas hojas
Versos que se hunden
en una madriguera
donde una criaturilla
asustada, menuda
reza a todos los astros
para que nunca amanezca
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